REPÚBLICA
BOLIVARIANA DE VENEZUELA
UNIVERSIDAD PEDAGÓGICA
EXPERIMENTAL LIBERTADOR
INSTITUTO
PEDAGÓGICO DE CARACAS
VICERRECTORADO DE INVESTIGACIÓN
Y POSTGRADO
DOCTORADO
EN CULTURA Y ARTE PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE
CURSO: Teoría del Conocimiento
PROFESORA: Dra. Aura Orta
PARTICIPANTE: Manuel Bas
Caracas,
30 de junio de 2015
“… una mente filosófica, por amplios que
sea sus intereses e investigaciones, logra en definitiva una sola percepción fundamental de la
realidad, una sola iluminación decisiva sobre la cual gira todo lo demás, y que
es la parte de verdad que se atribuye al filósofo”, (Maurice Natanson, p. 15)
“… sólo con el diálogo y con el intercambio
con los otros espectadores—especialmente con aquellos ubicados en posiciones
contrarias— podemos lograr enriquecer y complementar nuestra percepción de la
realidad. No sería, en consecuencia, apropiado hablar de ‘tolerancia’ hacia las ideas de los demás. Debemos más
bien, implorarles que nos ofrezcan sus puntos de vistas para enriquecer el
nuestro”, (Miguel Martínez, s. f. Base
Epistemológica de una Sociología Postmoderna. [Principio de complementariedad],
p. s/n.).
“El mundo de la vida cotidiana en el cual
nacemos es, desde el primer momento, un mundo intersubjetivo”, (Alfred
Schutz, 1962/2003, p.19)
LA
CIENCIA DE LABORATORIO DE REGRESO A LA DE LA VIDA COTIDIANA
(EN REFERENCIA A LA INVESTIGACIÓN CULTURAL)
La
Grecia clásica dejó para la posteridad sus legados más preciados: la ciencia y la
filosofía, que tienen marcada influencia hoy. No es que los otros pueblos del
mundo antiguo no hayan dejado su huella en estos aspectos, naturalmente lo
hicieron, pero fue la civilización griega la que aportó la sistematización del
pensamiento como herencia cultural que ha marcado el camino por donde se ha
encauzado el conocimiento desde aquel tiempo de esplendor, por siglos, que se
ha mantenido hasta la actualidad. Proclo (410-485, d. C.) en García Bacca
(Comp.) (1961), filósofo neoplatónico, conocido en la historia de la filosofía
como “El Sucesor” por haber sucedido a Plotino en la dirección de la Escuela Neoplatónica que éste
había fundado en Roma hacia el 244 de nuestra era, y Diógenes Laercio,
(tr.1985) le atribuyen a Tales de Mileto (624-547 a. C.) haber traído de Egipto
las matemáticas e iniciado la filosofía griega. Desde estos tiempos, para
expresar el saber se desarrollaron dos lenguajes: el de los números y el de las
palabras (cuantitativo y cualitativo); que son, por esencia, las dos maneras,
desde aquellos momentos hasta el presente, que el hombre creó para referirse a
las cosas del mundo.
Pero es entre los siglos XVI y XVII que
Bacon (1561-1626) con la publicación de su obra Novum Organon Scientiarum en
1620 (Nuevo Instrumento de la Ciencia, trad. del investigador) cuando se hace
de la experiencia el fundamento de lo que va a ser en adelante la ciencia y
filosofía moderna; y con Descartes (1595-1650) con la aparición de una de las
obras más influyentes del pensamiento occidental: Discours de la Méthode
(Discurso del Método) en 1637 cuando la investigación científica pone un
exacerbado énfasis en la razón humana descubierta por lo griegos siglos antes.
La “Diosa Razón” va a ser la madre de la época moderna y el instrumento
fundamental de la ciencia vista desde la dicotomía sujeto-objeto. Este proceso
de consolidación de la ciencia moderna se va a completar con Augusto Comte
(1798-1857) con la obra: Cours de Philosophie Positiva (Curso de Filosofía Positiva)
publicada entre1830-42. Sus postulados van a sentar las bases de la sociología,
conocida también como física social. El nombre de esta nueva ciencia, deja
entredicho que se ocupa del estudio de la sociedad, pero con procedimientos
ajenos a ésta, traída a la “fuerza” de las ciencias naturales.
El propósito de esta nueva ciencia en
líneas generales es investigar de manera científica las leyes que rigen la
sociedad, y con el ambicioso propósito de procurar el progreso de la humanidad
cuya tesis central es: saber para prever, prever para prevenir. La aporía de este
postulado a nuestra manera de entender
es que todo no se puede saber, por lo tanto, hay cosas que no se pueden prever;
y lo que no se puede prever no se puede predecir. No olvidemos que toda
creación humana esta edificada sobre un mundo cambiante, que nos trae tarde o
temprano incertidumbres. Esto no se dice de manera demagógica, nuestra
actualidad es el mejor ejemplo, para constatar esta afirmación.
Sobre la Época Moderna por razones de
espacio, se puntualizarán algunos aspectos básicos para ponerla en contexto en
relación a la ciencia y el conocimiento con lo que aquí nos ocupa, la
investigación cultural y los paradigmas emergentes. La ciencia moderna con su
infinita fe en la razón— con ello no se niegan los aportes fundamentales a la
vida humana— construyó un edificio sobre
arenas movedizas, al creer que la razón humana lo puede todo, olvidando la
finitud humana, no obstante, creó la dicotomía radical sujeto-objeto dejando de
lado un aspecto fundamental en el devenir de las sociedades: su historicidad,
es decir, el historicismo del hombre en relación a aspectos importantes, como
el Estado, el derecho, la moral, la religión, el arte, entre otros, que nos
hacen ser comprensibles como parte
integrante de procesos históricos.
Estas circunstancias conllevó a lo que
Ibáñez, (2001) denominó los “cuatro mitos de la modernidad” en el campo de la
ciencia, simbolizados por este autor tales como: el conocimiento es la representación
del mundo; el objeto como elemento constitutivo del mundo; la realidad es
independiente del sujeto y la verdad como criterio universal válido e
irrefutable, que es no obstante, según este autor, (2002): “La verdad de una
proposición no queda establecida por su correspondencia con la realidad porque
la realidad depende de convenciones que utilizamos para definirla”, (p. 54). Es
en definitiva el legado cartesiano que diferenciaba dos mundos: interior y
exterior, la dicotomía sujeto-objeto. Este es el legado, de lo que va a concretar más tarde, a partir de los
postulados cartesianos, el positivismo comteano
hipotético-deductivo.
Al respecto, Guba, (1991) refiere el
“sistema de creencias básicas” del positivismo de esta manera: ontología que propugna que la realidad
existe fuera del sujeto; epistemología
dualista/objetivista (objeto-sujeto) y metodología
experimental manipulativa. Taylor y Bogdan, (1994) consideran que en el
positivismo: “Los positivistas buscan en los hechos o causas de los fenómenos
sociales con independencia de los estados subjetivos involucrados”, (p.15). Es
precisamente en este punto donde radica el problema, se deja de lado la
subjetividad del que conoce, tema que va a ser el planteamiento central de la
postmodernidad, que retoma de Husserl como veremos más adelante. En este
particular Gadamer, (1998) en este mismo planteamiento crítico de la
modernidad, de Ibáñez, Taylor y Bogdan; Guba expresa esta postura crítica:
Por su esencia, el mundo de la vida equivale a
una pluralidad de horizontes, y con ello, a un conjunto altamente diferenciado en el que sin dudas
encuentra también su lugar la pretensión de validez, lo cual, sin embargo, está
desprovista ya de su monopolio, (p.150).
Sobre este particular, Valles, (1999)
refiere que las obras de Descartes particularmente las orientadas hacia las
matemáticas y la objetividad en la búsqueda de la verdad se consideran pilares
fundamentales de la investigación cuantitativa, empleada en algunos casos de
manera acrítica, sin ningún cuestionamiento, de manera dogmática. Por otra
parte, sin ánimo de ir en defensa de Descartes recordemos que todos los
pensadores son hijos de su tiempo. Hughes, (1980/1987) citado por Valles, (ob.
cit.) en relación a esta idea dice que Descartes y Locke fueron grandes hombres
de ciencia; pero fueron hombres de su tiempo histórico y examinaron los
principios del conocimiento humano a las luz de las ideas que entonces
prevalecían sobre el orden de la naturaleza y el orden que ocupaba éste. los
hombres de ciencias de los siglos venideros no deben repetir los postulados sin
someterlos a aquello que Aristóteles denominó demostración, sin embargo, el
estagirita, no escapó de los errores de la ciencia, con la teoría de la caída
de los cuerpos. Por ello hay que tener cuidado en juzgar el pasado, sólo con
las consideraciones y juicios del presente, porque generalmente se llega a
estudiar los problemas fuera del contexto, por lo tanto carecen de validez.
Quizá el principal y primer crítico de
Descartes fue Kant (1724-1804), sobre todo en lo que los historiadores de la
filosofía denominan el “periodo crítico” que constituyen tres obras
fundamentales: Crítica a la Razón Pura (1781), Crítica a la Razón Práctica (1788)
y Crítica al Juicio (1790) con que de algún modo rompe con el objetivismo
cartesiano, proponiendo un modelo de racionalidad donde adquiera relevancia la
interpretación y la comprensión que
trascienda a la manera de indagar empirista, dando paso a epistemologías atentas
más bien a los procesos cognitivos cuyos enfoques son de carácter subjetivista,
relativista e idealista. Las dos primeras posturas se remontan a Protágoras
(circa 485-411 a. C.); la última a Platón (427-347 a. C.), ambos filósofos de
la Grecia clásica.
La filosofía kantiana, sobre todo la de
este período, va a sentar las bases, en algún modo, de la fenomenología de
Husserl. Gadamer, (1998) dice al respecto, que Husserl rompe el marco de
estudio al que habría reducido el concepto de experiencia, a que se limitaba
las ciencias (empirismo), y hace del modo de vida, la experiencia vivida, el
tema universal de su reflexión filosófica. Este tránsito de la experiencia
objetiva a la subjetiva se conoce como el “giro hermenéutico”, que se va a
extender a la totalidad de las ciencias
dominadas por el ideal metodológico, que no obstante, descubre la otra cara de
la cultura científica, la cultura de las humanidades, denominadas “ciencias del
espíritu”. Este es el gran hallazgo de Husserl, el cual denominará “fenomenología
del mundo de la vida”. Es por ello que la fenomenología adopta frente a toda
construcción de conocimiento un punto de vista crítico. Por lo tanto la
hermenéutica no es un método determinado que pudiera caracterizar a un grupo de
disciplinas científicas frente a las Ciencias Naturales, la hermenéutica se
refiere más bien a todo ámbito de comunicación intrahumana, que da paso a un
cambio de orientación del conocimiento apriorístico de la ciencia hacia los
fenómenos del “mundo de la vida”, es decir, dirigirse hacia las cosas mismas.
Un planteamiento ya esbozado por Platón, (tr.1871) en la obra “Cratilo o De la
Propiedad de los Nombres” (460 a. C.) en la que señala: “Lo importante es
reconocer que no es en los nombres, sino en las cosas mismas, donde es preciso
buscar y estudiar las cosas”, (p.470).
En relación a Husserl, es oportuno
señalar lo planteado por Pérez Serrano, (1998) en relación a la fenomenología
sintetizada de esta manera: le otorga primacía a la experiencia subjetiva
inmediata como pilar del conocimiento; estudia los fenómenos desde la
perspectiva de los sujetos; muestra interés por conocer cómo las personas
interpretan el mundo social que construyen en interacción. Al argumento de esta
autora, en este punto, cabe agregarle lo planteado por el mismo Husserl, (1982)
el conocimiento, en todas sus formas, es una vida psíquica; es conocimiento del
sujeto que conoce, solo conocimiento humano incapaz de alcanzar la naturaleza
de las cosas mismas, de la cosa en sí, como ya lo había argumentado Kant en el
período crítico de su filosofía, donde plantea una teoría trascendental del
conocimiento— un puente entre el yo y las cosas— donde las ideas de las cosas
aparecen en el sujeto como fenómenos, que es lo que el sujeto puede conocer;
pero la cosa en sí (noúmenos) no espaciales ni temporales, no son accesibles al
hombre, no pueden ser conocidas (escepticismo crítico). Referente a Husserl,
hay una frase suya que ilustra en adelante el derrotero de la ciencia en la
postmodernidad: “Más lo trascendente, por principio, no es experimentable”, (p. 114).
Referiré
ahora como complemento a lo que se ha señalado de Husserl en relación al mundo
de la vida (Lebenswelt) que se refiere a la experiencia vivida que incluye el
mundo de los individuos y las verdades individuales, Gadamer, (ob. cit.)
propone comprender el concepto de subjetividad para poder comprender el de
intersubjetividad y de sujeto y del
papel que desempeña en la filosofía fenomenológica, que es un proceso
dialéctico que tiene que convertirse una y otra vez en diálogo y el pensamiento
tiene que mostrar su validez a través del acto conjunto de la conversación.
Husserl tiene el mérito también de haber
rehabilitado la ontología al dividirla en dos categorías: universal y
particular.
Ahora bien, la preocupación en torno a la
modernidad no lo es sólo en dirección a la problemática del conocimiento
científico, sino también, a los engendrados en él por la falta de preocupación
y por haber dejado de lado, por no ser considerados como temas que la ciencia debe abordar. En consecuencia
la modernidad ha sido etiquetada de manera crítica por adjetivaciones de raíz
metonímica o metafórica para significar, sobre todo, a lo largo del siglo XX,
un período de grandes incertidumbres y contradicciones, de violencias, de la
ciencia al servicio de los intereses más mezquinos, creando armas de
destrucción masiva, destrucción del ecosistema, contaminación de las más
diversas naturaleza, que ha propiciado el terreno fértil, para que los autores
de las más variadas disciplinas denominen la modernidad de diversas maneras,
tales como: Desierto de lo Real (Zizek); Modernidad Líquida (Bauman);
Capitalismo Tardío (Fredric Jamenson), El Modelo Frankenstein (Rosa María
Rodríguez), no sin una feroz crítica.
En
lo esencial, como una reacción a los problemas de la modernidad en los órdenes
político, social, cultural, moral, jurídico, económico que heredamos de esta
época de crisis, en el contexto de las artes y luego pasa al campo de la
filosofía aparece la postmodernidad, término empleado por Jean Lyotard en su
obra “La Condición Postmoderna” (1979) que tiene su razón de ser en la
libertad, en la reivindicación individual y local frente a lo universal, salirle al paso a la homogeneización cultural
con su pretensión de eliminar toda diversidad y pluralidad cultural. Los
planteamientos de la postmodernidad se sustentan en la filosofía de Nietzsche y
Heidegger. Lyotard citado por Vásquez, (2011) define esta época con pocas
frases: “…es la edad de la cultura”, (p.3). Época que Rosa María Rodríguez,
(2014) ha denominado transmodernidad, término que aparece con la publicación de
su libro: “La Sonrisa de Saturno Hacia una Teoría Transmoderna (1989) que esta
autora describe como un tiempo de incertidumbre, nacida de la crisis histórica
y de la descomposición de la estructura cultural, política, moral, económica y
espiritual de la postmodernidad que trajo como consecuencia lo que se ha
denominado simbólicamente el “Engendro 11 de Septiembre”. En este mismo
contexto aparece la tardomodernidad dentro de la arquitectura, que se va a
encausar por dos caminos claramente definidos: “El High Tech de Joan Kron y
Suzane Slesin con la publicación de su trabajo: “The Industrial Style and
Source Book for House”, (El Estilo Industrial y las Fuentes Bibliográficas para
el Hogar, 1978) y el deconstruccionismo del posestructuralista Jacques Derrida
basado en un lenguaje metonímico inspirado en Heidegger.
Todo este conjunto de situaciones
referidas en los dos párrafos anteriores, referente a la modernidad, engendró
en el seno de ella lo que Rodríguez, (2014) denominó: el “Modelo Frankenstein”,
que ha suscitado en la ciencia, reorientar sus búsquedas en otro paradigma de
investigación: cualitativo. El hombre de ciencia que estaba cara a cara frente
al tubo de ensayo, pasó a estar cara a cara entre sujetos en franco diálogo
intersubjetivo; la ciencia salió del encierro del laboratorio, al mundo de la
vida cotidiana donde había nacido. El paradigma cualitativo surge como una
alternativa al racionalista-cuantitativo-hipotético-deductivo; Y busca según
Martínez, (1999) una orientación lógica, dialéctica, sistémica,
interdisciplinaria, construccionista, ecológica y humanista, que haga justicia
social y a la vida cotidiana y que al mismo tiempo sea rigurosa en términos de
sistematicidad y criticidad. Una teoría, según Pérez Serrano, (1998) reflexiva
en y desde la praxis; hermenéutica e interpretativa (individual), que describa
el hecho de manera intersubjetiva e interpretativa y que le dé relevancia a los
hechos. En este paradigma se inscriben el socio construccionismo, o
construccionismo social o sencillamente construccionismo y la teoría crítica,
como respuestas a los problemas heredados de la modernidad y agravados en la
postmodernidad.
El
construccionismo, según Wiesenfeld, (2001) es una postura que niega la
objetividad lingüística y epistémica de las teorías psicológicas y rechaza que
la realidad existe independiente del sujeto. Esta autora citando a Lincoln y
Guba, (1985) “conciben la realidad como una construcción mental inseparable de entidades tangibles: personas, eventos;
pero advierte que los significados que le dan sentido y organización a tales
necesidades construidas en interacción social”, (p. 122). Este enfoque, a
diferencia del positivismo, entiende la realidad social como una construcción
social. Para Lincoln, (1990) citado por Wiesenfeld, (ob. cit.); Guba, (1991) se
fundamenta en tres aspectos esenciales que la orientan: ontología relativista, epistemología
subjetivista y metodología
hermenéutica-dialéctica; por ello el conocimiento es una construcción humana, el
cual aspira a que se produzcan nuevas construcciones más informadas y
sofisticadas que las anteriores.
Además de lo señalado, cabe destacar lo
planteado por Gergen, (2007), quien arranca con una fuerte crítica a la
psicología moderna racionalista e individual, que deja de lado los problemas
sociales o colectivos, en consecuencia propone una psicología que aborde los
problemas de la sociedad, que pueda responder a los conflictos de la sociedad
de la globalización. Es oportuno señalar aquí que el paradigma emergente socio
construccionista permite la construcción del conocimiento desde las prácticas
socio-culturales a diferencia de la psicología cognitiva (racionalista-objetivista)
y a la psicología conductual (empírico-lógico), ya agotadas, por su pretensión
de verdad inmutable que pone énfasis en los procesos mentales individuales,
tiene su contrapartida en una psicología de fundamento constructiva que privilegia
los procesos sociales, y es así que se convierte la producción de conocimiento,
en construcciones históricamente contingentes en la cultura. Esta corriente
aborda los problemas desde la perspectiva del “discurso de las experiencias”.
Sobre este particular Sandoval, (2010)
admite un aspecto importante del construccionismo que es válido para otras
corrientes subjetivistas en el sentido de la pluralidad de usos extensivos en
los diversos campos de la Filosofía y de las Ciencias Sociales, por tal razón
Ibañez, citado por este autor, al referirse a este paradigma lo considera una
verdadera “galaxia constructiva”, que por lo heterogéneo, es difícil de
inscribirla en una disciplina homogénea, como en el sentido clásico, es decir,
una proposición congruente, es más bien un conjunto de perspectivas, que no son
siempre coherentes, contrastables, no son un enfoque uniforme conceptualmente.
Para Gergen, (1991/1994/1999) citado por Ferrari, (2015) el construccionismo
cuestiona los fundamentos de la psicología moderna, esencialmente, al
individualismo ontológico en que se sustenta. Es de alguna manera una nueva
psicología social que desconstruye a la psicología moderna. En tres principios
esenciales: rechaza el énfasis en la mente individual; la idea de un mundo cognoscible
de manera objetiva y la idea del lenguaje como portador de la verdad. De allí
que Gergen propone salir de la razón individual y entrar en la colectiva, ir del mundo objetivo al
subjetivo y superar la idea de que el lenguaje es representación de la
realidad.
Pasaré ahora a examinar la teoría
crítica. Los antecedentes de esta teoría están en Marx, Hegel, Kant, Weber
(Escuela de Frankfurt). Esta teoría enfatiza su carácter ideológico de la
realidad. Su objetivo principal es despertar la conciencia de los oprimidos
para cambiar su destino para mejor. Este enfoque se sustenta en tres categorías
esenciales, según Guba, (1991), Wiesenfeld, (2001) ontología realista crítica; epistemología
subjetivista y metodología
dialógica transformadora. Ideológicamente está orientada hacia las corrientes
neo-marxismo, materialismo, investigación participación, entre otras.
Se puede establecer ciertas relaciones
entre el construccionismo y la teoría crítica, ambas comparten los mismos
criterios epistemológicos, reivindican la dimensión subjetivista, considerando
la teoría como producto de la investigación y no como algo que le precede, los
investigados y el investigador son coparticipes
en la investigación, persiguiendo cambios en las construcciones a partir
de acciones. Estas posturas difieren sólo en la parte ontológica. (Weisenfeld, 2001).
Para Carr y Kemmis, (1998) esta teoría
reconsidera la relación entre teoría y la práctica, cuyo propósito es alimentar
el razonamiento instrumental y proponer los métodos y los principios para
resolver problemas sociales. Para Habermas, citado por Carr y Kemmis, (ob.
cit.) se sostiene que la actividad humana está motivada por necesidades e intereses
impulsados por un proceso transformador y emancipatorio orientado hacia la
libertad y la autonomía racional. Husserl citado por, García, (2000):
hace evidente la crisis de la razón absoluta y
universal, de modo que es necesario replantear de aquí en adelante la actividad
filosófica con una responsabilidad social como respuesta a los problemas del
mundo, que ya no se resuelven desde una razón objetiva, sino que se solucionan
en el encuentro de múltiples puntos de vista, (p. s/n.).
En relación a los aspectos ontológicos,
epistemológicos y metodológicos de hacer ciencia hoy, planteado en los
paradigmas emergentes en la investigación cualitativa, Schütz, (1974) propone
una manera de hacerla en el mundo cotidiano, la realidad social para
comprenderla, el hombre de ciencia deber acercarse a ella (cotidianidad) en la
cual nacemos, no en el laboratorio, por lo que para este autor, el hombre desde
el primer momento está vinculado a un mundo intersubjetivo, que es la clave
según este autor para comprender la realidad social, que él simplifica en tres
cuestiones básicas: la experiencia del conocimiento del sentido común de los
asuntos humanos, el problema epistemológico y un método específico de hacer
ciencia. Para Schütz el ser humano interpreta su mundo desde el primer momento
dotado de sentido, “… interpreta una situación dada en función de su subjetividad y
corresponde, a elementos de su situación biográfica”, (pp. 23-24).
Schütz considera el espacio natural de la
ciencia la socialización del conocimiento que él resume en tres aspectos
centrales: por ser de origen social; es específico en cuanto a perspectivas y
debe ser distribuido socialmente. A este respecto Maffesoli, (1993) fundamenta
el conocimiento en la sabiduría popular, en el conocimiento ordinario, en la
trivialidad de la conversación de café en ese habla que parece no decir nada ¿A
caso no era esto lo que hacía Sócrates en el ágora griega? Por ello he
planteado que la ciencia está de vuelta del laboratorio a la vida cotidiana.
Por ello Morin, (2001) ha expresado que no se debe conocer excluyendo la
sociedad, excluyendo lo humano, lo social, la vida, porque se entra en el
terreno del reduccionismo y de la sobre simplificación de la ciencia en una
sola fórmula lógica, ni en lo que señala Boaventura de Sousa Santos, (2009) en
calibrar la ciencia por el rigor de sus mediciones, lo que no es cuantificable
no es válido, es irrelevante.
Propone Maffesoli, citado por Martínez,
(s. f.) una sociología comprensiva de la vida
cotidiana que no busque crear una
teoría que enuncie lo que debe ser, sino
que entienda y enuncie verdades relativas y de la ambigüedad fundamental de todo hecho humano, sin dejar
de lado la sabiduría popular, donde según Martínez, (2006) la individualidad
pueda alcanzar también cierta
“universalidad” (temporal y espacial). Al respecto Moscovici, (1983) citado por
Martínez, (ob. cit.) expresa la manera
de hacer ciencia con estas palabras: “… el sentido común es la ciencia hecha
común”, (p. s/n.).
Los elementos epistemológicos, ontológicos
y metodológicos del enfoque cualitativo y particularmente los de los
paradigmas: teoría crítica y socio construccionista y en general los otros
considerados emergentes, son los apropiados para la investigación cultural, por
ser la cultura un fenómeno de carácter polisémico, y de naturaleza variada en
cuanto a características geográficas, históricas, sociales, económicas,
ambientales, entre otras. El estudio del fenómeno cultural es complejo, como lo
es también como creación humana, por lo que no existe una regla general para su
estudio ni habrá investigaciones definitivas sobre el tema cultural, mucho
menos una definición de cultura complaciente con grupos particulares o que
pueda conciliar una definición única y de validez universal.
El ser humano mismo es de naturaleza
compleja, ya el hombre del mundo antiguo, en Egipto, con la Esfinge de Guiza,
se simbolizó como un monstruo híbrido (hombre-animal),
enigmático difícil de descifrar. El hombre cuando comenzó a crear cultura, lo
hizo quizá con el fin de develar su misterio —qué soy—, no obstante, lo que se
hizo fue más bien poner un velo y ocultar más su esencia, a lo qué somos, por
ello cobra sentido la investigación cultural, para tratar de explicar, en
definitiva qué es el hombre.
El hombre de ciencia debe dejar la puerta
abierta del laboratorio para que la ciencia salga a su espacio natural: el
mundo de la vida cotidiana, donde están las experiencias, los saberes, modelos
de pensamiento e información que necesita y que han sido transmitidos de
generación en generación por la tradición, educación y los medios de
comunicación. No olvidemos lo planteado por Bertrand Russell, (1975): “…el
conocimiento general y particular ordinario tienen el mismo derecho a nuestra
imparcial atención, ambos son reales”, (p. 89). Y entendamos que no todo puede
ser cuantificable, se puede cuantificar quizá, cuántas obras pintó Pablo
Picasso; lo que sí es imposible, es medir el valor estético de sus obras.
MUESTRA VISUAL
Benito Chapellin (1995). Reflejo de Nuestro Tiempo (Autorretrato).
Técnica Mixta: Acrílico y Carbón/Tela.
Colección y Fotografía: Víctor A. Hernández. Los Teques, estado Miranda.
Benito Chapellin (1988). Propiedad sin Dueño.
Técnica: Acrílico/Tela.
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TEXTOS: M. Sc. Manuel Bas
CORRECIÓN DE TEXTO: Esp. Víctor A. Hernández
FOTOGRAFÍA: Víctor A. Hernández y Manuel Bas
DISEÑO Y EDICIÓN ELECTRÓNICA: Esp. Víctor A. Hernández
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