LA
LUNA DORADA MIRANDO EL DESMADRE EN LA CHARCA
DEL PONCHE
Manuel Bas
Dr. en Cultura y Arte para América Latina y el Caribe
Instituto Pedagógico de Caracas
Caracas, D. C., Venezuela
“Mi marido bebe
un ron que es como el arcoíris / Y cuando orina, orina ron de colores / Y
cuando eructa, eructa el espíritu-de-vino / Dinero no hay para dar de comer a
los doce bocas de familia” (Héctor Poullet, 2006)
La caña de azúcar, que según los
entendidos, es originaria de la India, los
españoles la llevaron a la América en 1.493. En Santo Domingo estuvieron
las primeras plantaciones,
de donde saltó al resto del Caribe. El mismo Colón, llevó los primeros
ejemplares desde las Canarias a las Antillas. La planta encontró allí, el
terreno más adecuado para su desarrollo. El blanco
producto se obtenía comprimiendo la caña entre cilindros de hierro. Pero no
fue únicamente la azúcar lo que se produjo en el ingenio caribeño, aunque si
mayormente, también se elaboró el aguardiente, que no obstante, fue causal
de bacanales en dichos lugares, manera como encontró la mano negra esclava para
ahogar sus pesares, de la más vil explotación hasta ahora no conocida por la civilización
occidental.
Sobre el tema de la producción de
aguardiente en el Mediterráneo Americano, Héctor Poullet (Guadalupe, 1938),
activista por la enseñanza y formalización de los estudios creole (criollo) en
su ciudad natal, y luchador además de la oficialización del bilingüismo
francés-creole y, traductor de
importantes textos franceses al creole, se ha dedicado también a la
cuentística. En este espacio comento un relato corto referido a la producción
de licor. Un cuento titulado Mi tío
Rigobert el tafiador o La charca del ponche, publicado en una serie de cuentos titulada Varios autores. Krik…
Krak… Cuentos de las Antillas, por Monte Ávila Latinoamericana, C. A. el año
2010.
Se
refiere en el relato a Rigobert, un personaje que muy extrañamente está sobrio,
la sobriedad para él es cosa del olvido. Aunado a esta deplorable situación es
tafiador. Por cierto, Poullet, al comenzar su cuento aclara, es tafiador, no
aviador, aunque a veces, cuando está extremadamente ebrio aterriza en las
cunetas, planeando como lo hace un aeronauta. Para colmo de su alcoholismo, el
trabajo es una especie de grillete que
lo encadena, y que nunca, seguramente, pasará los exámenes de alcoholemia. Lo
cierto es que todos los días se dirige a la destilería de Clairin, donde tiene una de las misiones más difíciles que se le ha
encomendado a persona alguna: catar el
ron para dar el visto bueno. Es de suponer que debe ser para Él, un oficio
tan difícil, tan exigente, que sobrepasa los doce trabajos de Hércules. Aunque
no termina victorioso como el mítico personaje griego, sino a medios pelos.
Para Rigobert, tafiador de profesión, que así se le denomina al que realiza la
difícil empresa de medir el grado de alcohol, para considerar el sabor del
guarapo espirituoso, el calor del Sol que caldea el cañaveral; está en riesgo
de ebriedad siempre, cosa que no le
gusta, solo cuando está en las manos de Hipnos. Este hijo de Acan, siempre corre el riesgo que se le suba a la
cabeza un trago de ron, le caliente el cuerpo, y le circule por las venas como
los Formula 1 en el Circuito de Mónaco;
cosa que Rigobert no desea, solo cuando está dormido… Siempre regresa
achispado, muy alumbrado, chispo y alegre, con un andar ondulante… Llega a su
casa a contar los cuentos de La Luna
borracha, cuentos que datan de abril de 1848 en tiempos de los negros de
las haciendas cuando celebraban aquel día de final de la esclavitud, de tres centurias
de grilletes y látigos.
En virtud de este trascendente
acontecimiento tan afortunado, la alegría llegaba al cielo, para celebrar, armaron
una borrachera colectiva, vertieron el ron y la azúcar en una charca para hacer
un enorme ponche (cóctel), acompañado del tambor boulá (tambor pequeño) tocado por mozos negros, que antes, como
señal de inicio de la bacanal, el viejo Kankangnan había aperturado con su tambor-ka (tambor fabricado con un tonel
que había transportado aceite o vino que
se cubría con piel de cabrito, ahora se fabrican con tablas de madera de origen
africano); asimismo otros instrumentos: el siyak,
el brakyé, un gran caracol (instrumento musical de viento
fabricado con la concha de un caracol marino), lo que ocasionó un avalancha de
ritmos, combinados con una borrachera unisex… Las cinturas se soltaron, las
tetas durante un tiempo se las agarraban las mujeres para evitar que brincaran,
pero cuando el ritmo se endiabló dejaron que volaran a sus anchas. La templanza
y la moderación quedaron bajo la custodia de Baco.
Se aparecieron los lugareños de distintas
localidades y los cimarrones. Fue un espectáculo delirante, aunque las mujeres
de ébano, algo tímidas en principio, imponen el meneo de la cintura, a tal
punto que desembocó en una bacanal histérica. Las mujeres ponían a volar las
vestiduras, el desmadre no tenía
limites, un espectáculo de locuras, un baile de agarrase y soltarse las tetas
las mujeres; estando en plena faena apareció la luna color miel como a las 11
de la noche… De allí la frase: Luna borracha.
Pero no fue solo la Luna la que resultó chunga,
debido a que una manga del pichotte o culotte
(prenda femenina) trasegó todo el ponche de la charca hacia la Luna… era un
espectáculo alucinante; literalmente, las mujeres se emborracharon, la Luna fue
testigo de cosas que no se pueden decir, en la que Oggun y Ometochtli, hicieron de
anfitriones de este suceso perturbador del orden, celebrado por Brígida de
Kildare patrona de Rigoberto el tafiador…, nuestro sommelier. El blends ocasionó una papalina a los
tomadores de ponche.
La moraleja de este cuento, entre tantas, es
que no todo fue llanto y dolor en los
ingenios como muchos estudioso quieren hacer ver; y que de cuando en
vez, y de vez en cuando, en ellos se formaban zafarranchos, teniendo testigos en
los ingenios: el azúcar y el licor bajo la Luna Borracha, como nos lo cuenta
Héctor Poullet en su relato Mi tío
Rigobert el tafiador o La Charca del ponche…, que de algún modo ilustra lo
que sucedía en ellos en tiempo de la esclavitud en el Mar Caribe, que es nuestra herencia
remota…
REFERENCIAS
Poullet, H. Mi tío Rigobert el tafiador o La charca del ponche. En A.
Hernández y A. M. Boadas (sel.). (2010). Varios
autores. Krik… Krak… Cuentos de las Antillas
(A. Hernández, Trad.). Caracas: Monte Ávila Latinoamericana, C. A.
MUESTRA VISUAL
Elda Lacruz (La Mucuy Baja, Edo. Mérida)
San Benito (2007) Colección y fotografía Manuel Bas, Caracas, D. C., Venezuela |
Poster
on line: Eduardo Palmera Gómez
Edición:
Manuel Bas
Caracas, D. C.,
Venezuela, mes cuatro de 2021
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